La sociedad del conocimiento ofrece oportunidades potenciales que si bien se traduce en uso social del conocimiento, tiene impacto creciente en deterioro ambiental que socava el buen funcionamiento de los sistemas ecológicos globales. Si México no pone los principios de la sustentabilidad en el centro de su desarrollo, no logrará cosechar los beneficios esperados de las nuevas tecnologías de información y comunicación. Se sugiere que una precondición para alcanzar la sustentabilidad es el fomento de la cultura ambiental en toda la población y se propone cómo la educación superior pudiera jugar un papel clave en promoverla
Se menciona reiteradamente que el siglo XXI es el siglo del Medioambiente. La información científica recopilada en todo el mundo indica que los problemas ambientales, desde el cambio climático global hasta los efectos ambientales regionales y locales, son de tal magnitud que es urgente desarrollar medidas más relevantes y tomar una actitud más comprometida y proactiva.
Se menciona reiteradamente que el siglo XXI es el siglo del Medioambiente. La información científica recopilada en todo el mundo indica que los problemas ambientales, desde el cambio climático global hasta los efectos ambientales regionales y locales, son de tal magnitud que es urgente desarrollar medidas más relevantes y tomar una actitud más comprometida y proactiva. Debemos generar la medidas necesarias que nos permitan evaluar objetivamente y en su exacta medida la realidad de la situación, no sólo hoy, sino lo que se nos viene y aceptarlo como certera realidad por muy grave que sea. Debemos conocer los efectos reales y tenemos la responsabilidad de desarrollar acciones, por muy caras y antipopulares que hoy parezcan, para intentar atenuar el problema, ya que resolverlo lamentablemente ya es imposible. No me refiero sólo al ciudadano de la calle, que indudablemente tiene que contribuir, me centro en la responsabilidad del Gobierno y de la empresa, que deben interesarse en conocer los antecedentes de fuentes fiables e imparciales y desde ahí, partir a desarrollar las soluciones más pertinentes.
Si me centro en el tema acuícola, el cultivo de especies en el mar tiene una larga y antigua lista de impactos que tanto las declaraciones ambientales como el reglamento ambiental de la acuicultura exponen. Chile, como uno de los países acuícolas más importantes del mundo, debería marcar la pauta sobre cómo perfeccionar esta actividad desde el punto de vista ambiental, y convertirnos en referente internacional hacia el que miren el resto de los países productores, asegurándonos la producción a corto y largo plazo. Esto requiere instalar los medios y capacidades de investigación que sitúen al país donde debe estar si queremos ser realmente los “top ten” en acuicultura que creemos ser.
Sin embargo, nuestro principal “cuello de botella” es la información. El conocimiento de nuestros ecosistemas es, cuando menos, precario. Hace muy poco supimos que unos científicos extranjeros radicados en Chile descubrieron en los canales de la Patagonia corales de aguas frías desconocidos hasta ahora por el hombre, abriendo con ello una pequeña puerta hacia el inmenso mundo que se esconde bajo nuestras aguas australes, ¿Tienen que venir de fuera para que conozcamos nuestro ambiente? ¿Tienen que ser extranjeros, con capitales extranjeros, los que nos tengan que descubrir nuestras riquezas?. Un análisis señala que sólo el 9% de los estudios realizados sobre salmonicultura tienen relación con la problemática ambiental. Del total de trabajos científicos publicados en el mundo en los últimos 15 años, Noruega y USA contribuyen con el 19% cada uno y tras ellos Canadá, Reino Unido, Irlanda y varios otros países. Chile contribuye con solo el 1%. Una vergüenza para un país que aspira a ser el líder mundial de esta actividad. Esto evidencia, con toda claridad, que el desarrollo empresarial del rubro no va acompañado, ni por asomo, de la generación de nivel de conocimiento que permita indicar si los efectos ambientales que esta actividad genera están controlados en Chile, y lo que es más alarmante aún, es que no existen señales de un posible desarrollo de conocimiento para avanzar en este sentido.
Por ello debemos entrar, de una vez, en el siglo 21 y cambiar nuestra dimensión ambiental. Necesitamos conocimiento para que sea utilizado por la comunidad, lo que significa por una parte que el mundo científico se acerque a la ciudadanía y por otra que el Estado facilite las condiciones para generar la información que Chile necesita en materia ambiental, que hoy en día es muy deficitaria. Necesitamos que el mundo empresarial comprenda y transforme su forma de utilizar los recursos. Resumiendo, todos debemos transformar nuestro quehacer, asumir responsabilidades y adoptar conciencia de que el medioambiente es un eje de desarrollo fundamental para Chile. Pasemos, de una vez, de la denuncia a la solución, y mejor aún: a la prevención.
La ciencia y la tecnología constituyen factores que influyen de forma cada vez más decisiva en el crecimiento económico y el desarrollo de cualquier nación, como resultado del impetuoso avance científico y tecnológico de la época actual, caracterizada como la era de la "sociedad del conocimiento" en la que las novedosas tecnologías ejercen transformaciones radicales en un mundo globalizado.
Se entiende la ciencia como la esfera de la actividad humana dirigida a la adquisición sistemática, mediante el método científico, de nuevos conocimientos sobre la naturaleza, la sociedad y el pensamiento, que se reflejan en leyes, fundamentos y tendencias de desarrollo. (CITMA, 2001)
Los aportes realizados por la ciencia a la humanidad, fundamentalmente desde el siglo XVI son conocidos. En esta etapa un hecho impactante ha sido el acortamiento del lapso transcurrido entre las grandes aportaciones de la teoría y su plasmación en diversas y perfeccionadas aplicaciones tecnológicas, que en principio representan enormes potencialidades de bienestar y progreso para la especie humana. (Clark, 2002). Ahora bien, ¿es esto así en la realidad internacional, donde enormes masas de personas del llamado Tercer Mundo y segmentos cada vez mayores de la población de países industrializados son afectados por numerosos flagelos y calamidades, cuando la coyuntura ambiental del planeta se aproxima a los límites de lo inadmisible para la propia perpetuación de la vida?
Debe tenerse en cuenta que todo esto ocurre a pesar de los portentosos logros registrados en la ciencia y la tecnología. Constituye una irritante paradoja el hecho de que en momentos en que la evolución humana se acerca a la factibilidad de una "inteligencia colectiva" (Levy, 2001) –asentada en los avances de la cibernética y las tecnologías de la información-, se constata que la aplicación ciega, egoísta e irresponsable del avance científico y tecnológico compromete con seriedad los límites mismos de la supervivencia de la especie humana.
La ciencia hoy, como empresa humana, se debate en un conflicto entre opciones irreconciliables: la primera es continuar desempeñándose como herramienta esencial del actual sistema de dominación económica mundial, orientado al crecimiento continuo y la consecución incesante del aumento de riqueza individual, y estigmatizado por el despilfarro o depredación de importantes recursos naturales irrecuperables y el deterioro ambiental. La segunda y desafiante opción es asumir el reto de generar conocimientos y tecnologías que promuevan efectivamente la sustentabilidad ambiental, el desarrollo orientado hacia los pueblos y el manejo racional a mediano y largo plazo.
Un nuevo compromiso de la ciencia para con la humanidad debe basarse en la erradicación de las desigualdades, la armonía con la naturaleza y el desarrollo sustentable.
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